sábado, 3 de diciembre de 2011

Historia de Rafael

-Me llamo Rafael y me acabo de morir tras una larga enfermedad. Por contra a lo que la mayoría de la gente podría pensar, no estoy triste por ello, ya que los 22 años que he vivido han sido fantásticos, pero empezaré por el principio... El 14 de Noviembre de 1980 nací en un pequeño pueblo del norte de España, lugar natal de mi madre. Desde aquí hasta los 5 años, no recuerdo gran cosa, solo lo que mi madre me contó. Ella y yo vivíamos con mis abuelos, es decir sus padres, los cuales tenían un perro con el que yo pasaba la mayor parte de mi tiempo, lástima que no le recuerde, ya que un coche le atropelló cuando tenía 4 años. Con 5 recién cumplidos, mi madre me mandó a la capital de la comarca, con mis tíos, para que pudiera ir a la escuela. Todos los fines de semana mi madre iba a verme o mis tíos me llevaban a verla al pueblo. Aunque yo deseaba ir al pueblo a ver a Sandra, una niña un año mayor que yo, que vivía en la casa de al lado de la de mi familia, y por aquel entonces, mi mejor amiga. Solíamos ir a andar en bici, o a cazar gusanos. A ella le gustaba mucho cantar, es más, lo hacía siempre que podía y se le veía un gran futuro. Era mi única amiga, ya que en la escuela nadie quería estar conmigo porque no era de ciudad. No podía estar con Sandra siempre que iba al pueblo, ya que mi madre se pasaba todo el día trabajando y yo tenía que ayudarla a hacer algunos trabajos de la casa. Trataba de hacerlo lo más rápido posible para poder ir a jugar con Sandra. Recuerdo que una vez fuimos los dos solos a andar en bici, y nos acabamos perdiendo...

-Rafa, ¿dónde estamos? -No lo sé, pero creo que ya pasamos por aquí hace un rato. -¿Nos hemos perdido?, dijo Sandra comenzando a llorar. -Creo que sí. De repente, Sandra se aferró a mi brazo con fuerza y gritó: -¡Vamos a morir! -No, tranquilizate Sandra, estamos juntos y no permitiré que te pase nada. Seguro que nos encuentran en poco tiempo. Le contesté añadiendo una especie de ritmo para que pareciera una canción mientras le daba un abrazo. Esto le tranquilizó y se puso a cantar, mientras yo la acompañaba dando palmas, aunque tras unas cuantas canciones dijo: -Yo empiezo a tener hambre. Tenía pensado merendar al llegar a casa. Le ofrecí mi bocadillo y añadí: -Toma, mi madre me lo preparó para que me lo comiera por el camino, pero no tengo hambre. Lo cogió, me dio un beso en la mejilla y empezó a comerlo, dando sensación de no recordar que estábamos perdidos: -Gracias Rafa, pero, ¿Qué harás cuando tengas hambre? -No te preocupes, cómetelo tu, hoy he comido bien.Al rato, escuchamos disparos, y Sandra se asustó mucho más de lo que estaba, aunque después supimos que fue un hombre del pueblo, que estaba cazando y el cual nos llevó de vuelta a casa. No recuerdo mucho más del periodo de mi vida que va hasta los 10 años, simplemente a algunas personas y algunos lugares, pero situaciones no, ya que tenía una vida bastante monótona. Recuerdo mi primer día de instituto, estaba en la parada del autobús, junto a Sandra y mi madre. El autobús llegó y nos subimos. No pudimos sentarnos juntos ya que la gente solo ocupaba un asiento y dejaba el otro libre, de manera que no quedaban libres dos asientos juntos. Me senté con un chico que se llamaba Oscar. No recuerdo por qué me senté en ese sitio, pero a lo largo del viaje empezamos a hablar y a conocernos, era también de primero. Sandra se sentó con una compañera suya, de segundo, al igual que ella. Al llegar, Sandra se fue con sus amigas y yo, con Oscar. Tuvimos la suerte de que nos tocara juntos en clase, y al entrar, nos sentamos muy cerca. Salvo escasas excepciones, la gente de mi clase no conocía a nadie más por lo que muchos estaban callados, aunque algunos pocos trataban de hacer amigos. Recuerdo que entraron dos chicas juntas en clase, charlando, y al ver una de ellas una sensación extraña que nunca antes había sentido me recorrió el cuerpo. Era una chica con el pelo ondulado, de color castaño claro, tenía los ojos verdes, y medía aproximadamente un metro cuarenta. Se sentó delante mío y se me presentó. Se llamaba Ángela, pero solían llamarla Angie, nombre que se me quedó grabado en la memoria. Era de un pueblo cercano al mío, del mismo que Oscar, aunque no se conocían. También se presentó su amiga, pero no presté demasiada atención, ya que no podía dejar de pensar en Angie, aunque con el paso del tiempo nos fuimos haciendo amigos, se llamaba Laura. El día pasó con poco más que destacar, conocí a algunos compañeros y hablé algo más con Angie. Al volver al pueblo, fui a ver a Sandra y le conté lo que me pasó en el instituto, incluida esa sensación. Me dijo que eran mariposas en el estómago, y me asusté un poco, pero luego añadió que solo era el nombre con el que se conocía, lo que me pasaba era que me había enamorado de ella. También me dijo que a las chicas les gustaba que les escribieran cosas románticas, pero que antes de escribirle nada, debería conocerla mejor. En los días siguientes hablé bastante con ella y me contó varias cosas sobre si misma, como que le gustaba cantar, al igual que a Sandra, que su color favorito era el verde, y que vivía con sus abuelos, porque sus padres estaban trabajando en el extranjero para tratar de hacer algo de dinero. Todo esto se lo contaba a Sandra. También me apunté al equipo de fútbol del instituto, junto a Oscar. Me pusieron de defensa, debido a mi envergadura y a que no era muy bueno. En cambio Oscar fue colocado de delantero, ya que era rápido y se le daba bien meter goles. Gracias al fútbol hice algún que otro amigo más. Recuerdo un partido, contra otro instituto de la zona. El partido era muy importante, ya que nos jugábamos poder entrar en la liguilla de ascenso, y Sandra me había dicho que iría a verme, y allí estaba con algunas amigas. Lo que no me esperaba era ver por el campo a Angie y a Laura. Un día de esa semana, hablando con ellas salió el tema del fútbol y me preguntaron a que hora era, pero no mencionaron el aparecer por el campo. Al ver a Angie me puse muy nervioso y jugué un partido pésimo, de hecho, por mi culpa, perdimos el partido. Fallé en algunos despejes y provoqué un penalti. Al final acabé llorando en el vestuario, pero al salir de allí en dirección a la parada de autobús, me encontré con que Angie y Laura me estaban esperando en la puerta. Al verme llorando, vinieron a darme un abrazo y a tratar de consolarme, aunque el simple hecho de verlas esperándome a la salida, provocó que me olvidara en parte del partido y volviera a sentir las mariposas que Sandra me había dicho. Las acompañé hasta su parada y esperé con ellas a que llegara el autobús. Cuando llegó nos despedimos y me fui a mi parada. Llegué al pueblo y repetí la rutina del instituto: fui a contárselo a Sandra. Pensé que era el momento de escribirle algo a Angie, y pese a que Sandra me dijo que esperara, yo me puse a escribir. Me encerré en mi habitación y hasta que no tuve algo parecido a una carta romántica no salí. Era sábado y no había instituto, así que debería esperar hasta el lunes para poder ver a Angie y leérselo. El tiempo no pasaba y yo me estaba desesperando, pero por fin, el lunes llegó. Al llegar a clase, la vi, pero pensé que en medio de clase no era un buen momento para leérselo. Le dije que le había escrito algo, pero que quería leérselo a solas. Me dijo que podíamos quedarnos a solas en clase a la hora del recreo, pero cuando llegó la hora un profesor nos mando salir a todos al patio. Pensamos en la salida, pero había mucha gente, por lo que quedamos en que ya buscaríamos un momento. Por la tarde hablé con Sandra, para variar, y le conté que pretendía escaparme por la noche de casa para a ir a su pueblo a leérselo, y pese a que me dijo que ni se me ocurriera, no le hice caso y por la noche fui a ver a Angie. Al llegar a su casa, tiré unas piedrecitas a su ventana, se asomó sin hacer mucho ruido, me vio y bajó al banco que había debajo de su casa. Me dijo que estaba loco, pero me dejó que se lo leyera. Al leérselo me besó, pero ese beso fue muy breve, ya que tenía que volver a casa. Yo volví a la mía y tuve las ya nombradas mariposas a lo largo de todo el trayecto. Al día siguiente, en clase, me dijo que no quería que nadie se enterara de lo nuestro, al menos por el momento. Empezamos a salir y quedábamos algunas tardes o noches. Solía ir a su pueblo a verla cada poco tiempo. Como estaba un poco lejos para ir en bici y yo ya tenía 16 años, se me pasó por la cabeza sacar el carnet de moto y comprarme una. Al final del año me echaron del equipo de fútbol, por lo que decidí sacarme el susodicho carnet y empezar a hacer motocross, ya que había un circuito cerca de mi casa. El primer día que fui, me impresionó bastante, empecé a rodar muy despacio, sin hacer saltos, y tomando las curvas muy cuidadosamente. Pero poco a poco empecé a soltarme, aceleraba cada vez más y esto me causó varias caídas, pero yo seguía intentándolo, hasta que un día empece a hacer los saltos. El primero que hice fue un salto pequeño, pero al verme en el aire solté las manos como acto reflejo y me di un buen golpe, pero por suerte, tanto la moto como yo estábamos intactos. Entrené duro hasta lograr hacer el circuito en buen tiempo y sin caerme. Un chico que también solía entrenar allí me dijo que probara con la carrera que iba a tener lugar al mes siguiente en ese circuito. Me
pareció una buena idea y decidí apuntarme. Entrené todos los días hasta la carrera, pero no fue suficiente para no estar nervioso el día señalado. Angie me dijo que iría a ver la carrera y cumplió su promesa, fue junto a Laura. También fueron mis abuelos, mi madre, Sandra, y Oscar con unos amigos. Finalmente acabé cuarto, que para ser la primera vez no estaba nada mal, pero me llevé un premio a ser el motorista que realizó los mejores saltos. Al final me felicitaron todos los anteriormente mencionados y me enteré de que a Laura le apasionaban las motos, por lo que decidí llevarla a dar una vuelta por la zona. Le encantó a pesar de haberse manchado al llevarla por un camino de tierra por el que solía ir con Angie de paseo. Quería hacer el bachiller, pero en mi instituto no lo había, por lo que tendría que ir a estudiar a una ciudad cercana. Como no tenía dinero para alquilar una casa ni conocía a nadie que viviera allí, decidí seguir viviendo en casa e ir a la ciudad y volver a casa todos los días en mi moto. Apenas había gente cursando el bachiller, diez personas en el de ciencias y ocho en el de letras, pero yo no hice amistad con ninguna, tal vez por que llegaba y me iba cuando sonaba el timbre, mientras que ellos solían quedarse un rato en la puerta charlando. Durante estos dos años, no pude pasar mucho tiempo con Angie, y a sabiendas que me tendría que ir a otra provincia para estudiar en la universidad, ella me dejó. Fue un duro golpe para mi, y lloré mucho. Sandra me dijo que se me acabaría pasando, pero no acababa de creérmelo. Yo llevaba muchos años enamorado de Angie, y creo que nunca dejé de estarlo. Me fui a la universidad de una ciudad que estaba a cientos de kilómetros de la mía, pero por suerte, allí vivía Rui, un viejo inmigrante portugués que conocían mis abuelos, y me quedé a vivir en su casa. Solía cartearme con mi familia, mi madre me mandaba algún paquete de vez en cuando, y gracias a Sandra, tenía alguna noticia de Angie. Alguna que otra vez cogía la moto y conducía hasta el pueblo, pero un día, me caí y me rompí una pierna. Mi madre se asustó mucho, pero al final no fue para tanto. Estuve un mes en casa, suerte que era verano y no tenía clase. Sandra pasaba mucho tiempo conmigo, pero yo no podía dejar de pensar en Angie. En ese tiempo me llegaron algunos regalos, mayormente bombones, aunque lo que más me gustó fue un disco, en cuya portada aparecía un bebé desnudo en una piscina persiguiendo un billete, llamado Nevermind. Era un regalo de Rui. Empecé a escucharlo y me gustó tanto que, en el mes que estuve en casa no paré de escucharlo. A raíz de esto me compré una guitarra, que junto a mi moto, se convirtió en algo inseparable para mí. Sandra me enseñó a tocar, y con el paso del tiempo, montamos un grupo junto con Oscar, que tocaba la batería, y Lucía, una amiga de Sandra, que tocaba el bajo. Tocábamos cuando podíamos y llegamos a dar un concierto en las fiestas del pueblo de Oscar, Sandra y Luci, al cual asistió Angie. Un sentimiento de felicidad me recorrió el cuerpo al verla, y al final del concierto, fui a saludarla. Estuve charlando un rato con ella, y me contó que se iba a casar. Al oír esto, una sensación extraña y muy desagradable me inundó, por lo que empecé a comportarme de manera extraña- Me dio una invitación, pero le puse cualquier excusa, no la recuerdo debido a la conmoción del momento.


Volví a casa entre lágrimas y me pasé la semana llorando a solas. El viernes cogí la moto y me fui a casa. Estuve horas con Sandra, y gracias a ella logré recuperarme en parte del duro golpe. Todos los fines de semana iba al pueblo para poder estar con Sandra, y poder desahogarme, ya que hay poca gente que sepa escuchar y consolar como ella. Yo seguía viviendo en casa de Rui, para poder ir a la universidad. Un día recibí una llamada de Oscar. Entre lágrimas me dijo que una furgoneta acababa de atropellar a Sandra y estaba muy grave en el hospital. Al oír esto cogí la moto y fui lo mas rápido que pude al pueblo, pero al llegar, me contaron que acababa de morir, que no pudieron hacer nada para evitarlo. Vi a sus padres, a Luci y a Oscar, todos llorando. Estaban destrozados y me fui corriendo con lágrimas en la cara, me monté en la moto, y aceleré. Por mi cabeza solo pasaban Angie y Sandra. Eran las dos mujeres que más quería, y había perdido a las dos. No sabía que hacer, donde estaba, hacia dónde iba. Vi una curva que antecedía a un acantilado y solo se me ocurrió seguir hacia delante. Mi vida ya no tenía sentido, por lo que aceleré para precipitarme por el acantilado. Al caer me di cuenta de que estaba muerto, muerto tras una larga enfermedad, el amor.

Andrés da Silva

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