miércoles, 26 de junio de 2013

Tengo ojos para verte...

Tengo ojos para verte,
una boca para besarte,
la vida para quererte
y el corazón para amarte.

Si al amarte voy a verte
si al verte voy a perderte
prefiero amarte sin verte
que verte para perderte.

No tengo dinero
ni plumas de oriente,
pero tengo un corazón
que te querrá siempre.

Si cada vez que pienso en ti
una estrella se apagara
no quedaría en el cielo
ninguna estrella que brillara.

* A algunos hombres los disfraces no los disfrazan, sino los revelan. Cada uno se disfraza de aquello que es por dentro. Chesterton.
* A la hora de la verdad, que es la de buscarse a sí mismo en lo objetivo, uno olvida todo y se dispone a no ser fiel más que a su propia sinceridad. Gerardo Diego.
* A la manera que el río hace sus propias riberas, así toda idea legítima hace sus propios caminos y conductos. Ralfh W. Emerson.
* A la república más que orden jurídico ha de importarle la realidad social del orden. Manuel Maura.

Adrián Santos Martínez


Morfeo

Y, entonces, escapa temblorosa hacia el corazón del bosque mirando hacia atrás por si alguna sombra la persigue y llega a rodearla. Sus ojos, todavía perezosos, buscan una salida entre aquel laberinto de ramas caídas por la fuerte tormenta. Se oyen pasos a su alrededor. Aún más asustada por el gruñido de rayos y truenos, intenta seguir un camino abandonado para poder despistarlos. Es justo ahí, en ese mismo momento, donde sus cabellos de ceniza se enredan en uno de los pocos árboles que quedan todavía con vida. Sin pensarlo dos veces, sigue corriendo hasta que nota un insoportable dolor en la sien, y siente cómo su sangre se va deslizando rápidamente por su  cuello. No puede pararse ahora, no puede echar a perder todo lo que ha hecho por salvarse, no puede descansar hasta que no despierte de esta pesadilla, sin duda la peor venganza de Morfeo, de la que recuerda el milagro de sobrevivir de las garras de un sinfín eterno.
Se levanta. Sus ojos temblorosos recuerdan con angustia la huida hacia el bosque. Rápidamente se toca la sien, ahora sudorosa, para comprobar que no hay ningún rastro de sangre. ¿Y si aún está soñando? ¿Y si se ha quedado encerrada en una eterna pesadilla?
Últimamente su vida es una enorme pesadilla, vivir escondida y tener una máscara de la que es imposible poder librarse:
Tengo dos caras, una que muestro al mundo y otra que sólo veo reflejada en el espejo. Siempre moldeándome a cada persona que me encuentra, que se cruza en mi vida. Eso sí que es triste. 
Lo único que desea es que cada noche Morfeo se apodere de ella y que la haga viajar fuera de su nerviosa cabeza. Pero, ahora, ya ni eso. Morfeo cada vez la trata peor, la castiga más por su infidelidad. Haber huido de ti misma no es bueno, nada bueno.  Mi castigo es  el más cruel de los castigos: la soledad. Pero no la soledad de estar sola,  sino la soledad de querer estarlo, de apartarme del resto de la humanidad, de no parar de buscar hasta que me encuentre.

Se acuesta, ya más relajada y con las respiraciones aún entrecortadas cierra los ojos para volver a dejarse atrapar por Morfeo, aunque sea entre terribles pesadillas.

Sara Canteli

jueves, 28 de marzo de 2013

Atardecer en Verdicio...


Tú y yo...


Tú y yo, solos, sin necesidad de más, tan cerca como siempre quisimos estarlo, con nuestras manos rozándose mientras soñamos…
Sueño con ese momento en el que muerto de vergüenza me preguntaste si podíamos quedar; yo te dije que sí, que te vería el sábado por ahí; tú más sonrojado me dijiste con un susurro que querías hablar conmigo y que no querías que nadie más estuviera presente; mi cara de sorpresa mientras mis labios te decían que sí; aquella noche de insomnio rezando porque me dijeras esas palabras que siempre habían estado en mi imaginación y que albergaba la esperanza de que algún día salieran de tu boca; el momento en el que nos vimos y ninguno supo como reaccionar, si mantener la distancia unos momentos más o dejarnos llevar ya por la locura; tu voz entrecortada; los latidos descontrolados de mi corazón; nuestras sonrisas tontas; el paseo por la ciudad para dejar el tiempo correr; mis miradas incesantes al reloj en las que deseaba que jamás se moviera la aguja; el momento en el que nos peleamos por ver quien pagaba el helado; cuando nos sentamos en el banco a comerlo y por hacer el tonto tú me lo intentaste dar y se te calló; mi enfado por haberme manchado aquella camiseta que tanto me gustaba y cómo al oír tu risa inocente los gritos pasaron a convertirse en carcajadas; tú beso de disculpa en mi mejilla en una zona próxima a los labios, apenas rozándolos;  el suspiro que se escapó de mí en el momento que vi que aquello no sería más; la hora de la despedida; el tierno abrazo que nos dimos; el cruzar la acera mientras te dejaba atrás; “te quiero” gritaste en cuanto me hube adentrado en la carretera; frené en seco para mirar atrás; no sabía que decir ante aquello, toda la tarde esperándolo y cuando lo oía no se me ocurría de qué forma reaccionar; “te quiero” chillé mirándote; después un golpe; luces parpadeantes, ruido de sirenas, tu voz suplicante gritándome que me despertara; ruido de voces, una camilla arrastrándose, olor a hospital; una mano que aprieta la mía de forma constante; gotas que caen sobre ellas…
Yo sueño contigo, tú con volver a verme despierta otra vez.
Lidia
La Caja de Pandora se alegra de poder contar con tres poemas del poeta ovetense Lauren García que ha querido colaborar con nuestra revista. Muchas gracias...


-I-

LAS DISPENSAS DE LA SOLEDAD

Te desnudé en penumbra
mientras enfriaba la comida de los barrios
y los ancianos recogían colillas.
Luego fui soledad
sueño de estatua intacta al viento
corazón de rabia insaciable

expuesto a la lluvia obligada.


-II-


LEÓN
       
La lluvia no ensucia el recuerdo
y la catedral, rastrojo del tiempo,
tiene también ansia de futuro.
Imagina que el cielo nos espera
intranquilo y grandioso,
que la noche no nos traiciona
y que bajo los faroles incandescentes
se aprende la duración de un sueño.


-III-


SOBRE UNA FOTO DE COLEGIO

Todavía recuerdo todos vuestros nombres
tiznados en un día que sabe a balón embarcado,
a tiza derretida,
al sonido delirante del timbre
para encontrar la lluvia al fin.