sábado, 5 de mayo de 2012

Sin duda eres lo que no veo...


Y tras tomar aire (quince estrechos días), quizás pueda seguir contándoles el hecho más asombroso de todos los que me han acontecido sobre las carnes. Ayer caí en la cuenta, se lo digo. No se sabe a ciencia cierta (me encantaría decirle un par de cosas a ese que determina: esta ciencia es cierta, esta no, esta un poco) cuantos fotogramas por segundo procesa nuestro cerebro. Sin embargo es fácil comprobar con la ayuda de un cronómetro que no vemos nítidamente ni siquiera las centésimas de segundo. La pregunta es, si no somos capaces de ver qué sucede entre la centésima cuatro y la cinco, ¿cómo íbamos, insolentes verbeneros, creer una sola sucesión de acontecimientos?

Esto, amor mío, me ha abierto los ojos. Y nunca mejor dicho: ahora lo veo todo mucho más claro. No es que estés lejos de mí siempre, es que estás allí, quizás, treinta o cuarenta veces por segundo. Y mi cerebro ignorante hace el resto. Los demás, los infinitos momentos que separan esas veces en las que mi cerebro capta que estás lejos, estás aquí, conmigo, acariciando una guitarra y repasando las vidas y las obras de Monet o Renoir, por ejemplo. Claro, ahora lo entiendo todo. Entiendo esa chispita que a veces capto, que a veces se asoma por uno de esos marcos que tratan de ser el engaño. Entiendo que se me clave en la sien uno de tus brazos tardíos, que se me nuble un trocito de la vista por tus mechones más perezosos. Es tan difícil engañarme, a mí, perspicaz investigador y detective. Lo hiciste por un tiempo, sí, pero ya sabemos que eso del tiempo es relativo y para la historia quedará negado. Amor mío, te he pillado. Te he cogido con las manos en la masa de esas tortas riquísimas con las que me encandilas cien y doscientas y trescientas veces por segundo, yendo y volviendo de tantos y tantos países, veloz como tú eres, en un constante ir y venir entre la que fuiste y la que serás cuando se me acostumbre la vista a este cansado juego.


Diego Álvarez

Recuérdales


Buenos días cariño, 
te escribía porque me ha dicho el médico que me recuerdes dónde está la mermelada. Que no me pase con el café, que los años, viejo bribón, también liman los nervios. Se nos deben de estar acabando las pastillas para el colesterol porque me ha dicho que lo revises. Que le digas al niño que el día cinco, que las cuentas, que una vez a la semana los, que le mire el aceite al coche y se lo lleve a la ciudad. ¿Hablaste con tu hermana? Lo mismo era importante. Habla con tu hermana. Me ha dicho que cierres el gas, que pongas algo, una notita cada vez que lo abras. Me ha dicho que el tocadiscos, que me digas lo de las plantas de plástico y dejar empapadas las alfombras. Es solo eso. Me ha dicho que la terapia es muy sencilla, y que la cura no es otra que me recuerdes, no las cosas, si no a mí, y que me quieres desde aquel café cuando Julián nos presentó y tú todavía le agarrabas la mano. ¿Te acuerdas? Me ha dicho que me lo digas por las mañanas, que ahora será más fácil eso de volver a enamorarse. Me ha dicho: “Mira, dile a tu mujer que no se olvide”. Y yo le dije que buena eras tú para olvidarte de las cosas. Que todos los días tienes un aniversario que celebrar. Pequeñas minucias. Tonterías. Pero tú las tienes todas ahí. Y se reía. Y me dijo eso, que no me olvides, que me recuerdes, no las cosas, si no a mí, y que me quieres desde aquel café cuando Paco ¿te acuerdas de Paco? Nos presentó y tú todavía le agarrabas de la mano y le dabas besos. Me ha dicho que me lo digas, que nos casamos el sesentaytantos y tenemos más años que el mundo. Y nada, solo eso, te escribía por eso, porque me ha dicho que te diga que me perdones si mañana paso a tu lado y finjo (porque lo finjo, siempre he querido ser actor y tú ya sabes lo que me gustan esos juegos) no haberte visto nunca. Nada más. Un beso enormísimo. Te quiero. Desde aquel café, ¿te acuerdas? Tú aún sostenías una mano que no era la mía.

Diego Álvarez
Tu resumes mi vida en un verso
me gustaría probar tus labios y robarte un beso,
aunque tu sólo veas penumbra
tus luz me llega y me alumbra.

A tu lado ya nada tiene lógica,
quisiera acariciar suavemente tu pelo,
sentir tu mirada exótica;
sin embargo tu espíritu es como el hielo.

La soledad tu alma merma
tu dolor mi espíritu enerva.
¿Porqué eres tan hermosa,
pétalo de rosa negra?

Aunque nuestro cuerpo permanezca tranquilo,
nuestro corazón es como las olas del mar.
¿Porqué lloras, triste olivar?

Tus caprichos son vanos,
tus deseos son vagos.
¿Porqué me miras como si nada?
¿Porqué es tan difícil llamarte amada?

Aunque tus labios no pronuncien palabra alguna,
se que eres profunda como una laguna.
Si no existiera la pereza,
escribiría eternamente sobre tu belleza.

Aunque tu voz mi alma no clama,
mi corazón tu mano reclama.
Sin que mi ser diga palabra,
mi corazón tu nombre exclama.

Tu mente incomprendida,
a causa de una sociedad perdida.
Me gustaría saber qué sientes,
alma oscura y perdida,
mi lucero del día.

Quisiera que nuestra sangre
se uniera al final del día,
que mi voluntad fuese tuya
y si embargo, mía.

Sergio Trapiella

Unidos todo se puede conseguir...

Unidos todos se puede conseguir
a pesar de las dificultades...
...todo se puede conseguir 
sin centrarse en las individualidades...
...todo se puede conseguir 
pensando como si todos fuéramos uno...
...todo se puede conseguir
sin menospreciar a ninguno...
...todo se puede conseguir
haciendo que todos sean el más importante...
...todo se puede conseguir
olvidando lo malo de antes...
...todo se puede conseguir
luchando por cualquiera de los objetivos...
...todo se puede conseguir
sabiendo que puedes confiar en tus amigos...
...todo se puede conseguir
llorando de alegría o de tristeza...
...todo se puede conseguir
cuando el corazón puede más que la cabeza...
...todo se puede conseguir
sintiéndose siempre vivos,
lo conseguiremos si todos estamos unidos.
Borja Velasco Galán

jueves, 3 de mayo de 2012

Pasado, presente y futuro...


Y un día y otro y otro y otro…siempre igual. Otra vez la misma rutina, las mismas clases, las mismas caras, los mismo pensamientos y los mismos deseos. El tiempo que no se detiene pero para ti es como si lo hiciera, solo la aguja del reloj te indica que avanzas, que tu vida corre, que no estás parado en un punto. Y de repente un día todo cambia, cambia la rutina, las clases, las caras, los pensamientos y los deseos y entonces es cuando empiezas a añorar tu pasado, a darte cuenta de que aquello que no te gustaba es lo que ahora más echas de menos. Eres incapaz de enfrentarte al nuevo mundo que se te presenta porque sigues anclado en el pasado, un pasado ya vivido, ya extinto y al que no podrás regresar. Pero te empeñas en seguir recordándolo, en seguir sintiéndolo como si fuera tu presente aunque está claro que no es así. Hasta que un día eres capaz de levantarte y afrontar el presente, con esto no hablo de olvidar el pasado sino tan solo de grabarlo en la memoria como si de una película se tratar pero sin buscar los fallos del guión o de los actores. Solo mirar hacia delante, seguir el camino sin detenerse, porque un solo paso en falso por mirar hacia atrás puede hacer que caigas y te quedes parado para siempre.

Lidia

Dulce y amargo


La vida es muchas veces dulce, otras tantas amarga… pero casi siempre no tiene un sabor predeterminado. Es como una laguna, un espacio en blanco dentro de nuestras sensaciones. Nosotros elegimos que sabor queremos que tenga nuestra vida. Podemos elegir el dulce sabor de una gominola que compraríamos en la tienda de chuches que está a la vuelta de la esquina o el sabor amargo de un café recién hecho en la cafetería que está en la otra punta de la ciudad. ¿Y qué elegimos? Claro está que dejándonos guiar por la razón elegiríamos lo más fácil y accesible, es decir, la gominola; pero ¿quién dijo que los humanos nos guiamos por la razón? Hay ocasiones, como esta por ejemplo, en la que nos dejamos llevar por la intuición y el riesgo. Todos los peligros que conlleva el atravesar la ciudad, los atascos, los pasos de cebra donde te pueden atropellar, la gente que se puede llevar antes que tú lo que quieres… y todo eso tan solo para conseguir un café que ni siquiera sabes si te gustará. Es probable que a veces lo tires nada más probarlo, pero otras te encantará y jamás querrás volver a separarte de él. Porque al fin y al cabo, ¡el café siempre se puede endulzar con azúcar!

Lidia