La vida es muchas veces dulce, otras tantas
amarga… pero casi siempre no tiene un sabor predeterminado. Es como una laguna,
un espacio en blanco dentro de nuestras sensaciones. Nosotros elegimos que
sabor queremos que tenga nuestra vida. Podemos elegir el dulce sabor de una
gominola que compraríamos en la tienda de chuches que está a la vuelta de la
esquina o el sabor amargo de un café recién hecho en la cafetería que está en
la otra punta de la ciudad. ¿Y qué elegimos? Claro está que dejándonos guiar por
la razón elegiríamos lo más fácil y accesible, es decir, la gominola; pero
¿quién dijo que los humanos nos guiamos por la razón? Hay ocasiones, como esta
por ejemplo, en la que nos dejamos llevar por la intuición y el riesgo. Todos los
peligros que conlleva el atravesar la ciudad, los atascos, los pasos de cebra
donde te pueden atropellar, la gente que se puede llevar antes que tú lo que
quieres… y todo eso tan solo para conseguir un café que ni siquiera sabes si te
gustará. Es probable que a veces lo tires nada más probarlo, pero otras te
encantará y jamás querrás volver a separarte de él. Porque al fin y al cabo,
¡el café siempre se puede endulzar con azúcar!
Lidia
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