martes, 26 de octubre de 2010

Hija de la noche...


En la infinita soledad de la noche oscura sólo la luna parece hermana. Estoy tendido sobre la cama y siento el dolor de la ausencia. Mi corazón desgarrado apenas alcanza a dibujar golondrinas suicidas. Mis labios son canto de dolor, aborto de esperanza, muerte lenta, vacío. Mis sentimientos vagan como prostitutas por las extrañas calles de una ciudad sin nombre. Perdido en un mar de hojas blancas repletas de versos nunca escritos. ¿Porqué el esfalto se ha convertido en un paraíso esquizofrénico y tedioso? Tu mirada me hiere. Tus besos me apartan a un ayer distante en el futuro. Apenas doce palabras recorren mis venas, una melodía apenas y un solo rostro. Mis sueños se ahogan bajo pétalos amarillos y trágicos (la belleza siempre es trágica porque es el canto de una carencia). A veces me tortura el respirar de tu pecho, rítmicas dieciséis válvulas inmisericordes y reiterativas. Mis láminas, mis libros, mi música... son sólo aproximaciones inciertas de otros horizontes. Lágrimas invaden mis ojos y mis dedos se convierten en manantiales de tinta. Y tu a mi lado, distante, como un sombra cierta y huidiza, hija de la noche o noche misma. Me pierdo en tus ojos azabache, me pierdo en tus besos, me embriaga el sabor de tu saliva. Tus besos son absolutamente ciegos, no ven más allá de tus propios labios. Ni tan siquiera te conocen y eso que son tuyos y del viento frío. Hubo un tiempo en que te amaba, mañana tal vez, quizás pasado. Era un tiempo sin horas, sin minutos. Tan sólo momentos eternos y fugaces como fugaz es tu cuerpo desnudo, mi piel despierta. Todo duele más que el dolor en estos momentos y no cicatriza aquella herida hecha de caricias y promesas. Ahora estás perdida sin rumbo cierto. Escribe a la tierra que habito, al aire, a las olas, al mar inmenso, a la montaña, al bosque y al silencio.

Bagoas

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