Como si de un simple sueño se tratara; como si tan
solo un segundo o como si el sonido mínimo de una melodía nos pudiera hacer
entender. Entender todo esto que nos rodea, todo esto que inevitablemente nos
sobrevuela y nos llena y consume simultáneamente. Todo lo que nos bloquea o
todo aquello que nos empuja y nos impulsa. Como si las insignificantes y
minúsculas acciones o palabras nos hicieran contemplar con realidad las sombras
y enigmas que nos rodean. Como si en lo arcaico consiguiéramos ver la grandeza
de lo reciente. O como si sencillamente, un vacío nos abriera las puertas a la
desesperación.
A través del tiempo y contra todo tipo de
vicisitudes, luchamos como fieros guerreros, enfundados en trajes imaginarios,
con armas insultantemente irreales. Nos empeñamos, así pues, en robarle tiempo
al tiempo, mientras él, sin remordimientos ni pausa, nos arranca nuestra débil
existencia e inocencia, dejándonos desnudos ante el frío de la noche. Y
mientras esto nos atañe y esclaviza, mientras aún sintamos las gélidas
bocanadas de la soledad o la pujanza de la vida tras nuestra espalda; mientras
con ánimo pusilánime o desgarrada alegría avancemos en este tortuoso y largo
camino de rosas con espinas, o prosigamos con marcada lealtad contra todo tipo
de pronósticos, aventurándonos a peligros innumerables o a decepciones inevitables,
intentando no caer en las asechanzas de impostores perversos; y mientras
sigamos con la cabeza levantada, la mirada fija al frente y la fuerza en las
entrañas, habrá esperanza. Porque aún quedarán guerreros y almas luchadoras.
Almas guerreras que lidiaran contra el arcano de la vida y la duda de la
muerte. Que no cejarán en su empeño de no ser una tumba más, en un cementerio
más, entre mil lápidas más. Apaciguarán con su letanía, la sed y el hambre de
la incertidumbre o anhelarán ser los vencedores en un campo de batalla
impasible. Hallarán consuelo en los abrazos cálidos y fuerza e inspiración en
el brillo furtivo de los ojos de sus enemigos. Contra todo augurio, romperán
las normas impuestas, establecidas con modesta y oculta crueldad, con una leve
pizca de cobardía por aquellos astutos temerosos de lo diferente e
inconfundible.
No importa cuán cruenta sea la batalla, cuán dura la
caída y cuán vertiginosa la decepción, porque siempre, siempre con el corazón
en la mano y la mirada en el mundo. Siempre con un escudo firme en la batalla
sin gozar, ni tan siquiera, de un segundo de descanso o de consuelo. Porque
mientras existan ojos que derramen lágrimas saladas y frías, mientras un beso
sea usado como un arma de engaño o un abrazo como la peor llave de “judo”; y si
entonces, un bolígrafo escribe sin pausa ni descanso guiado por una mano sabia
o alguien rechaza la sensación de un fogoso instante de felicidad; mientras
broten en la oscuridad retazos de claridad fugaces, como los sueños de los
niños, o si, a pesar de todos los remedios, habientes y por haber, aún sigue
persistiendo con grotesco frenesí una pesadilla…; mientras a pesar de las
tradiciones una promesa se rompe en mil añicos o mientras un espejo roto por la
imagen no deseada corta con sus pedazos las venas de una vida; mientras a pesar
de la alegría la sombra nos engulla… Y mientras todo esto suceda a nuestro
alrededor, aún quedarán batallas por librar. Aun quedará la contienda del día
al día. Y entonces lucharemos contra los misterios y las dudas que nos
conmocionan o nos afectan. Caminaremos por fríos senderos, sintiendo a cada
paso que se nos congelan las entrañas. Amaremos sin reparo, entregando
ciegamente nuestro corazón a roturas y fracturas múltiples e infinitas. Veremos
en lo eterno un disfrute de hipnotizaje, y apreciaremos cada error cometido o
cada piedra golpeada. Podremos elegir entre proseguir a lo convencional o
mostrar y conquistar a través de lo peculiar. Dejarnos gobernar por la
opulencia excesiva o por una humildad callada, silenciosa y remilgada. Podremos
coser los sueños deshilachados o quemar las cenizas ya consumidas por el fuego.
Podremos ignorar aquello que nos duele, o también nos dejaremos llevar por la
mentalidad suicida, viendo en ella una especie de liberación egoísta. Tratar
con encono o apatía o apego cálido y amable, o todo ello mezclado en un complot
de sentimientos e ideales. Sudando, como si no hubiera un mañana certero, a
cada batalla librada. Escuchando en nuestros oídos una firme balada de
esperanza y aliento, nuestro gran amigo. Nuestro empeño no cesará y nuestro
deseo de no fenecer en vano nos impulsará con esfuerzo y esmero. Con palabras
insulsas o frases mediocres o con erudita palabrería y oraciones elaboradas
expresaremos y gritaremos los sentimientos más ardientes o los más dolientes.
Con obstinada firmeza escudriñaremos cada rincón de nuestra vida, no siempre
pudiendo descifrar el sigilo de esta. Atravesando cada etapa de nuestra
brevísima existencia con el temor acuciante de la muerte y la duda del
presente. Con el miedo de una puerta que se cierra o de un contrato que expira,
un beso que termina o una mirada que asesina. Capaces de acariciar con
suavidad, delicadeza y ternura, pero también golpear con furia, intensidad y
salero. De trasplantar un corazón, sanarlo por completo; pero, también romperlo
y exprimirlo sin apenas despeinarnos.
Y es que con este simple órgano lo sentimos y
vivimos todo. Y por ello, y a pesar de ello, mientras existan ojos que vigilen
con prudencia, oídos que escuchen con esmero, narices que intuyan en lo
invisible, bocas que griten consuelo… y mientras existan personas que me
entiendan y apoyen.
Y mientras todo esto exista, yo seguiré escribiendo, yo seguiré sintiendo, yo... Seguiré viviendo.
Patricia F.
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