Yo creo sinceramente en la magia. De hecho, yo nací en un mundo
mágico, rebosante de tal fenómeno. Nací en un mundo con magia, en un tiempo y
momento fetén.
Hay momentos, instantes, palabras, miradas, sentimientos, personas…
Que me inspiran y me hacen creer en la magia. Hay desgracias, aberraciones,
maldades, obstáculos… Que me hacen confiar en que la magia se encargará de
acabar con ellos. Hay corazones que laten mil veces por segundo porque sienten
y rebosan vida y esperanza, que me producen una sensación de la más absoluta
magia. Hay magia en los rincones más recónditos, en los lugares más escondidos,
en las inmediaciones de las cosas y en el interior de ellas.
Yo nací en un lugar mágico. Donde puedes ver el brillo de la
esperanza, a pesar de la maldad existente, en los ojos de quienes te quieren.
Donde puedes ver niños jugando como si su infancia e inocencia jamás les fuera
a abandonar. Donde los pequeños detalles marcan la diferencia entre lo común y
lo óptimo. Donde una sonrisa es el símbolo de arte más bello. Donde una caricia
abre más corazones que rosas la primavera. Donde una promesa te mantiene en pie
hasta en las más cruentas y sangrientas batallas. Donde padres bondadosos
arriesgan su futuro por el presente de sus hijos. Donde las risas son la mejor
canción que puedes escuchar, más bella incluso que la quinta sinfonía de
Beethoven. Donde los vasos siempre están medio llenos y jamás se pueden vaciar.
Donde los obstáculos se superan, atravesando las barreras que te impongan. Donde
una mirada vale más que mil palabras alborotadas. Donde la juventud se
entremezcla con la emoción de la madurez, y la expectación de la vejez. Donde
el fin de las cosas se traduce por el comienzo de nuevas. Donde una mano alzada
al viento, muestra señal de respeto, de victoria, de fortaleza, de firmeza, de
magia… Donde yo, y tantos otros y otras como yo, podemos vivir viendo la magia
sembrando felicidad y serenidad.
Es curioso como este fenómeno anda con modestia por el mundo. No se
deja ver muy a menudo, es cierto, pero cuando lo hace lo sentimos, lo
experimentamos, e incluso, lo apreciamos. Es curioso como muchas de las cosas
que nos rodean tienen un halo de magia, que apenas percibimos. Es curioso el
efecto que provocan algunas menudencias y ridiculeces, aparentemente
insignificantes, pero que valen más que un acto o una obra grandiosa y
exuberante.
A veces, envidio su poder. La capacidad de hacer realidad cosas
aparentemente inconcebibles, envidio su generosidad y su efecto. Envidio no ser
maga para poder dominar con destreza el efecto de la magia. Envidio no ser
magia para poder encandilar a magos al hermoso mundo de la fantasía. Envidio a
los pequeños niños, los únicos capaces de ver la magia de las cosas. Quizá los
ojos de los más pequeños vean destellos de magia en las cosas que los adultos y
mayores no podemos percibir… Quizá ellos sean las almas puras que gobiernan
secretamente la magia, y quizá nosotros seamos los ciegos, condenados a
examinar todo con obstinada y fría seriedad. Quizá esto sea así, y quizá
estemos perdiéndonos lo mejor que sucede a nuestro alrededor.
Hay pocos magos en el mundo, escasos e inusuales; los únicos capaces
de vislumbrar la diferencia. La gente se empeña en no sentir ni ver la magia,
pero ¿sabéis qué? Yo sí la veo y me siento terriblemente afortunada. Por eso,
doy las gracias a los dioses, si es que existen; a los ángeles, si es que me
protegen, o a la suerte, si es que me sonríe, por poseer este inusual y sublime
don. El don de ser capaz de ver la magia hasta en los rincones más recónditos.
El don de la magia. El don de poder sentirme maga, cuando el resto, ni siquiera
saben que los magos y la magia existen…
Patricia F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario