Fuiste esa
gota de agua en el desierto, esa luz en medio de la oscuridad, el silencio tras
una gran tormenta...
Al fin y al
cabo fuiste tú, la persona que me entrego su amor en medio del caos, la que me
llevo al cielo, y me enseñó a tocar las estrellas, para después soltarme, me
soltaste y me dejaste caer, me devolviste a la tormenta, esa de la cual tú
mismo me habías liberado, me disparaste mirándome a los ojos, dejaste de
ser luz para convertirte en oscuridad, rompiste todas las promesas que sobre besos
y caricias me habías hecho, cambiaste cada palabra bonita por una herida,
heridas que tú mismo no dejarías que cicatrizasen, volviendo una y otra vez a
divertirte con mi cuerpo, cuerpo que sabías que te pertenecía, jugaste con mis
sentimientos, esos que no lograban odiarte...
Mi corazón
quería perdonarte, aunque mi cabeza sabia que volverías a hacerlo, que besarías
mis heridas para volver a abrirlas una y otra vez, te encargaste de ponerme una
venda, para poder disfrazar tus mentiras de palabras bonitas, esas que una y
otra vez me repetías...
Supongo que
volvías a mi al igual que los asesinos siempre vuelven al lugar del crimen.
María Hermida Bedia
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