Una tienda, más bien pequeña.
Un relojero, más descuidado que ordenado;
un hombre con experiencias que contar,
como relojero obviamente.
Toda una vida de anécdotas.
Toda una vida de relojes.
A cada uno le dedicaba horas y horas,
les ponía agujas doradas y brillantes,
péndulos grandes y vistosos y
aquellas cajas de madera tan decoradas
hasta el último rincón que tuviese.
Un día recibió la visita de un cliente al que nunca había visto
Bajo la capucha de aquel vestido negro se escondía una dama.
En sus manos traía un reloj,
aquel modelo de reloj nunca antes lo había visto.
No tenía horas y las agujas están quietas.
El relojero lo cogió
y cuando se puso a arreglarlo
vio pasar por delante de sus ojos toda su vida,
y tan solo veía relojes y más relojes.
Entonces se dio cuenta de que
había derrochado su tiempo y
había perdido toda su vida
por no levantar la vista y disfrutar.
Alba Peláez
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