miércoles, 3 de diciembre de 2014

Quería que alguien la salvara

1
Ella sentía que caminaba sola, creía que nunca nada iba a estar bien. Ya no le importaba, se había encerrado bien en su mundo y lo  había hecho inmune a los meteoritos que los demás planetas le arrojaban.
Le gustaba ir al bar de los sueños rotos. Allí todo el que entraba  era parecido a ella  y por eso se sentía bien. En aquel lugar que un día descubrió  por casualidad, se sentía como en casa, rodeada de gente que la quería. Que la quería,  pero que ni siquiera sabían su nombre. Y es que ella tampoco lo recordaba. Había olvidado cómo se llamaba porque hacía mucho tiempo que nadie pronunciaba su nombre con el suficiente cariño con el que todos los nombres merecen ser pronunciados alguna vez.

Y sola, sin nombre, vagaba todas las noches por callejuelas olvidadas que deseaban ser recorridas de principio a fin por alguien que las entendiera de verdad.                               
Mientras ella las acariciaba con sus suaves pies descalzos, ellas le contaban historias que luego caerían dormidas en la memoria de la chica para que cuando ésta dejara descansar a sus ojos color azabache, de todo lo que habían sido testigos durante el día, bailaran en su cabeza y la hicieran vivir hasta cuando yacía.
Y es que vivir era lo que le gustaba hacer. Ella vivía sin límites, sin esperar nada y a la vez esperándolo todo, queriendo a la humanidad entera y a la vez a nadie en especial, sin ligaduras y, a la vez,  anclada a todo. A su vida.
                                                                     
2
Quería que alguien la salvara. Sabia que necesitaba huir, lo que desconocía era el porqué y de qué. No tardó en darse cuenta de que de lo que necesitaba huir, era de sí misma y de que entonces, nadie la podría salvar.
Ella no le tenía miedo a la oscuridad porque se había dado cuenta de que la oscuridad estaba en su interior. Poco a poco, las sombras empezaron a hacerse sus amigas y la hacían sentir bien.
La chica llegó a encerrarse tanto en si misma con sus sombras que al final acabó convirtiéndose en la misma oscuridad.
Ella no entendía porque a tan poca gente le gustaba la tenebrosidad, pues ya  no recordaba sitio donde sentirse mas a gusto, pero lo cierto es que si la observabas bien, podías ver como luchaba por liberarse de sus sombras y volver a tener color. Podías intuir que echaba de menos al sol, pero pensaba que ya era demasiado tarde para pedirle perdón por desaparecer del alcance de sus rayos, y por eso ya no se esforzaba en buscarlo.
Recuerdo sentir el vacío que ella dejó  aquí, en donde te alcanza a tocar el sol. Recuerdo hundirme con las sombras para intentar encontrarla y traerla de vuelta al color. También recuerdo la sensación de no hallarla en ningún sitio y ver como todo el mundo seguía con sus vidas, ajenos a lo que sus sombras se habían llevado.

3

Todos los viernes por la noche me podías ver entrar por la puerta de ese bar y observar la ilusión que se reflejaba en mis ojos por verle. Me sentaba siempre en el mismo lugar. Sentía que en la barra el también me vería mejor. Me fijaba en cada uno de sus movimientos, en sus expresiones al sentir la electricidad que le recorría por los brazos cada vez que le daba un golpe a algún tambor. Nunca me llegó a decir que era exactamente lo que sentía cuando tocaba la batería.  Solía contarme que eso era algo inexplicable que solo el podía sentir, y que cada batería sentía  diferentes cosas al hacer magia con esos dos palos y algunos tambores y platillos. No lo podía explicar, pero se notaba que cada vez que daba un golpe, mataba un problema o un mal recuerdo. El vivía por su batería, al igual que los demás miembros de su grupo por sus instrumentos. Recuerdo ver como el guitarrista tocaba a una mujer preciosa, y no a una guitarra, mientras le dedicaba las canciones más bonitas, también recuerdo ver al bajista acariciando a su niño, al hijo que nunca pudo tener , y no a un bajo.   No sé cómo pude imaginar que algún día se fuera a enamorar de mí, pues el ya estaba enamorado de su batería. Yo sólo era un chico que iba todos los viernes a observar cómo se amaban entre los dos y, que si tenía suerte, y cuando acababan de tocar el se sentaba a su lado y le explicaba cómo se debía tocar para no dañarse mucho ninguno de los dos, era feliz.

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