1
Ella sentía que caminaba sola, creía que
nunca nada iba a estar bien. Ya no le importaba, se había encerrado bien en su
mundo y lo había hecho inmune a los meteoritos que los demás
planetas le arrojaban.
Le gustaba ir al bar de los sueños rotos.
Allí todo el que entraba era parecido a ella y por eso se
sentía bien. En aquel lugar que un día descubrió por casualidad, se
sentía como en casa, rodeada de gente que la quería. Que la quería, pero
que ni siquiera sabían su nombre. Y es que ella tampoco lo recordaba. Había
olvidado cómo se llamaba porque hacía mucho tiempo que nadie pronunciaba su
nombre con el suficiente cariño con el que todos los nombres merecen ser
pronunciados alguna vez.
Y sola, sin nombre, vagaba todas las
noches por callejuelas olvidadas que deseaban ser recorridas de principio a fin
por alguien que las entendiera de
verdad.
Mientras ella las acariciaba con sus
suaves pies descalzos, ellas le contaban historias que luego caerían dormidas
en la memoria de la chica para que cuando ésta dejara descansar a sus ojos
color azabache, de todo lo que habían sido testigos durante el día, bailaran en
su cabeza y la hicieran vivir hasta cuando yacía.
Y es que vivir era lo que le gustaba
hacer. Ella vivía sin límites, sin esperar nada y a la vez esperándolo todo,
queriendo a la humanidad entera y a la vez a nadie en especial, sin ligaduras
y, a la vez, anclada a todo. A su vida.
2
Quería que alguien la salvara. Sabia que
necesitaba huir, lo que desconocía era el porqué y de qué. No tardó en darse
cuenta de que de lo que necesitaba huir, era de sí misma y de que entonces,
nadie la podría salvar.
Ella no le tenía miedo a la oscuridad
porque se había dado cuenta de que la oscuridad estaba en su interior. Poco a
poco, las sombras empezaron a hacerse sus amigas y la hacían sentir bien.
La chica llegó a encerrarse tanto en si
misma con sus sombras que al final acabó convirtiéndose en la misma oscuridad.
Ella no entendía porque a tan poca gente
le gustaba la tenebrosidad, pues ya no recordaba sitio donde
sentirse mas a gusto, pero lo cierto es que si la observabas bien, podías ver
como luchaba por liberarse de sus sombras y volver a tener color. Podías intuir
que echaba de menos al sol, pero pensaba que ya era demasiado tarde para
pedirle perdón por desaparecer del alcance de sus rayos, y por eso ya no se
esforzaba en buscarlo.
Recuerdo sentir el vacío que ella dejó aquí,
en donde te alcanza a tocar el sol. Recuerdo hundirme con las sombras para
intentar encontrarla y traerla de vuelta al color. También recuerdo la
sensación de no hallarla en ningún sitio y ver como todo el mundo seguía con
sus vidas, ajenos a lo que sus sombras se habían llevado.
3
Todos los viernes por la noche me podías
ver entrar por la puerta de ese bar y observar la ilusión que se reflejaba en
mis ojos por verle. Me sentaba siempre en el mismo lugar. Sentía que en la
barra el también me vería mejor. Me fijaba en cada uno de sus movimientos, en
sus expresiones al sentir la electricidad que le recorría por los brazos cada
vez que le daba un golpe a algún tambor. Nunca me llegó a decir que era
exactamente lo que sentía cuando tocaba la batería. Solía contarme
que eso era algo inexplicable que solo el podía sentir, y que cada batería
sentía diferentes cosas al hacer magia con esos dos palos y algunos
tambores y platillos. No lo podía explicar, pero se notaba que cada vez que daba un
golpe, mataba un problema o un mal recuerdo. El vivía por su batería, al igual
que los demás miembros de su grupo por sus instrumentos. Recuerdo ver como el
guitarrista tocaba a una mujer preciosa, y no a una guitarra, mientras le
dedicaba las canciones más bonitas, también recuerdo ver al bajista acariciando
a su niño, al hijo que nunca pudo tener , y no a un
bajo. No sé cómo pude imaginar
que algún día se fuera a enamorar de mí, pues el ya estaba enamorado de su
batería. Yo sólo era un chico que iba todos los viernes a observar cómo se
amaban entre los dos y, que si tenía suerte, y cuando acababan de tocar el se
sentaba a su lado y le explicaba cómo se debía tocar para no dañarse mucho
ninguno de los dos, era feliz.
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