Yo creo sinceramente en la magia. De hecho, yo nací en un mundo
mágico, rebosante de tal fenómeno. Nací en un mundo con magia, en un tiempo y
momento fetén.
Hay momentos, instantes, palabras, miradas, sentimientos, personas…
Que me inspiran y me hacen creer en la magia. Hay desgracias, aberraciones,
maldades, obstáculos… Que me hacen confiar en que la magia se encargará de
acabar con ellos. Hay corazones que laten mil veces por segundo porque sienten
y rebosan vida y esperanza, que me producen una sensación de la más absoluta
magia. Hay magia en los rincones más recónditos, en los lugares más escondidos,
en las inmediaciones de las cosas y en el interior de ellas.

Es curioso como este fenómeno anda con modestia por el mundo. No se
deja ver muy a menudo, es cierto, pero cuando lo hace lo sentimos, lo
experimentamos, e incluso, lo apreciamos. Es curioso como muchas de las cosas
que nos rodean tienen un halo de magia, que apenas percibimos. Es curioso el
efecto que provocan algunas menudencias y ridiculeces, aparentemente
insignificantes, pero que valen más que un acto o una obra grandiosa y
exuberante.
A veces, envidio su poder. La capacidad de hacer realidad cosas
aparentemente inconcebibles, envidio su generosidad y su efecto. Envidio no ser
maga para poder dominar con destreza el efecto de la magia. Envidio no ser
magia para poder encandilar a magos al hermoso mundo de la fantasía. Envidio a
los pequeños niños, los únicos capaces de ver la magia de las cosas. Quizá los
ojos de los más pequeños vean destellos de magia en las cosas que los adultos y
mayores no podemos percibir… Quizá ellos sean las almas puras que gobiernan
secretamente la magia, y quizá nosotros seamos los ciegos, condenados a
examinar todo con obstinada y fría seriedad. Quizá esto sea así, y quizá
estemos perdiéndonos lo mejor que sucede a nuestro alrededor.
Hay pocos magos en el mundo, escasos e inusuales; los únicos capaces
de vislumbrar la diferencia. La gente se empeña en no sentir ni ver la magia,
pero ¿sabéis qué? Yo sí la veo y me siento terriblemente afortunada. Por eso,
doy las gracias a los dioses, si es que existen; a los ángeles, si es que me
protegen, o a la suerte, si es que me sonríe, por poseer este inusual y sublime
don. El don de ser capaz de ver la magia hasta en los rincones más recónditos.
El don de la magia. El don de poder sentirme maga, cuando el resto, ni siquiera
saben que los magos y la magia existen…
Patricia F.